En la localidad de Biolley, Adolfo Solano y su familia reciben a quienes desean experimentar la vida en una finca tradicional. Con su chonete y su machete en mano, don Adolfo
Solano Flores no proyecta precisamente la imagen de un empresario
turístico. Pero, él sí que lo es.
Don Adolfo pertenece a un creciente grupo de
costarricenses que, en las zonas rurales del país, le están apostando al
turismo no solo como una fuente de ingresos, sino como una forma de
vida. Él, su esposa Yalile López y sus dos hijas
adolescentes, Lisbeth y Marianela, poseen y manejan el hotel Finca Palo
Alto, en la comunidad de Biolley (cantón de Buenos Aires, Puntarenas),
zona sur de Costa Rica.
En un albergue y seis cabañas rústicas, la familia
Solano López recibe a visitantes nacionales y extranjeros que desean
escapar del bullicio de la ciudad. Andar a caballo, ordeñar y arriar
ganado, o caminar por la montaña son algunas de las posibilidades que
ofrece este sitio, donde aún es posible bañarse en ríos de agua
cristalina y olvidarse que existe el teléfono celular (aunque en algunos
sitios sí hay cobertura).
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Ello, aunado al canto mañanero de las aves,
explican el porqué don Adolfo decidió, en 1995, salir de San Isidro de
Pérez Zeledón y trasladarse a una finca de 38 hectáreas que había
adquirido en Biolley.
"Nos vinimos, como dicen, huyendo del mundanal
ruido", recordó. "La idea era trabajar el café y se me ocurrió sembrar
en dos partes para probar, pero la situación del café es muy inestable,
los precios caen y la vida es dura. Entonces, en mi mente formulé este
proyecto", comentó Adolfo.
Campesina pionera. La primera casa que construyó esta emprendedora familia fue La Campesina, donde vivió algún tiempo. Hoy, esta cabaña cuenta con tres habitaciones para los turistas, una sala, dos baños y una hamaca en la entrada.
Luego, don Adolfo decidió construir otra casa que
es donde residen en la actualidad. La Campesina quedó para los
visitantes: "En eso llegaba alguien por ahí, gente del INA que venía a
dar cursos o personas que venían a conocer la zona, y se las
alquilábamos "a muy buenos precios", dijo.
Además del trabajo en la finca, don Adolfo se
dedicó a atender a quienes llegaban, mientras que doña Yalile les
cocinaba, sistema que se mantiene hasta la fecha.
Desde los primeros años -y tal como lo demuestran
los comentarios escritos en el cuaderno de visitantes- su cuchara ha
sido uno de los atractivos del lugar.
Aunque cuenta con una cocina de gas nueva (que
compraron en diciembre pasado), aún no se anima a usarla. Para preparar
pan casero, queque de banano y galletas, prefiere seguir utilizando un
hornito pequeño.
Buscar naturaleza. Fiel a su visión inicial, don
Adolfo continuó moldeando el hotel Finca Palo Alto. Añadió las cabañas
El Tabanco, Los Jocotes, La Piedra, El Alberguito y La Meñique, así
como El Albergue, este último con capacidad para 26 personas. Todas
cuentan con electricidad y agua caliente.
Su más reciente adición al proyecto del hotel
consiste en un galerón pavimentado para estacionar los automóviles de
los visitantes. Eso sí, él recomienda que los carros sean de doble
tracción, porque el camino hacia Biolley desde el cruce de Las Tablas
(sobre la calle a San Vito de Coto Brus) no se encuentra pavimentado.
Entre las posibilidades que ofrece el hotel, están
las caminatas por la montaña, paseos a ríos y cataratas, cabalgatas,
observación de aves, actividades con el ganado y participación en el
cultivo del café orgánico.
Al encontrarse en la zona de amortiguamiento del
Parque Internacional La Amistad (PILA), también se puede visitar dicha
área protegida, la más grande del país y la única de carácter
binacional. O bien, los turistas pueden sentarse a tertuliar en las
tardes con la familia Solano López alrededor de tazas de café caliente,
producido en la finca y recién chorreado por doña Yalile.
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