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Hacer turismo entre indígenas.

Danilo Layal tuvo un sueño: crear un rancho para recibir a turistas y así difundir su cultura, la del pueblo bribri. Hoy, el hotel Ditsowo u ha materializado ese anhelo y, en sus escasos  años de existencia, ha contribuido a mejorar las condiciones de vida de su pueblo. 





Un sol de justicia golpea la carretera sin asfaltar que une Bribri con Bambú. Entre baches y sudores, Danilo Layal, un indígena habitante de la reserva del Alto Talamanca, explica que ha creado un lugar para el encuentro de culturas y hacia él nos dirigimos. A ambos lados, una exuberante vegetación contrasta con los monótonos cultivos de banano que hay antes de arribar. La madre naturaleza dice que ya estamos en territorio indígena.

“Pertenezco a la etnia bribri y llevo la mezcla de tres sangres en mis venas”, relata el talamanqueño, mientras recrea la historia de su pueblo.

“En 1914 llegaron los norteamericanos a estas tierras de la mano de la United Fruit y trajeron esclavos africanos para el cultivo del banano. Los indígenas abandonaron sus posesiones y se internaron en las montañas. Yo soy producto de este cruce de civilizaciones”, concluye. En 1927, una crecida del río Sixaola, que nos acompaña silencioso en la margen izquierda del camino, inundó las plantaciones de la compañía estadounidense. Gracias a la venganza de las aguas, algunos indígenas retornaron a sus lugares ancestrales. Hoy, Danilo ha creado un rancho abierto al turista desde el 2005, para mostrar al mundo las tradiciones de este pueblo al que hoy pertenecen más de 11.000 personas.



Pasado el pueblo de Bambú y a unos 200 metros en la margen izquierda de la carretera hacia Xiroles, la tupida vegetación se hace a un lado para presentar al rancho Ditsowo u , una construcción de madera que imita las tradicionales casas cónicas de los indios. Por la puerta se escapan las notas de una cumbia y en la entrada, Sonia, la cocinera, y Ana, la encargada de las camas, salen para dar la bienvenida a quienes acaban de llegar.

Tras bajar las valijas, el anfitrión muestra, una a una, las ocho estancias de este entramado construido en bejuco y diferentes maderas autóctonas. “El suelo es de cedro y las mesas son del tronco del laurel”, detalla el orgulloso regente, mientras mira al techo coronado por hojas de suita . “Vamos arriba para que vean todas las habitaciones.

 La casa del maíz

“Están ustedes en la Casa del maíz, que es la traducción de Ditsowo u . Para los indígenas, este grano representa a las diferentes razas del mundo”, relata Danilo. “Aquí han dormido turistas franceses, rusos, australianos… Hay días que vienen grupos de hasta 150 extranjeros para ver el rancho. El objetivo es ofrecer un punto de encuentro y un espacio feliz para todas las etnias”, culmina. 



La construcción multicultural hace referencia también a la huella que los estadounidenses dejaron en el territorio.
“Este poste es de madera de pino, lo rescatamos del río y lo pulimos para que también fuera parte de la casa”, cuenta el dueño, al tiempo que golpea fuertemente la madera.

Esta multiculturalidad no impide que la decoración respete escrupulosamente la cultura indígena. “Cortamos la madera siguiendo el ciclo de la luna –explica–. Si queremos que la construcción dure mucho, debemos talar el árbol en luna nueva”. La disposición piramidal del tejado no escapa al misticismo ya que, según la tradición bribri, las casas cónicas concentran la energía dentro del hogar.

Además de alojamiento en cómodos colchones cubiertos por mosquiteros, el rancho ofrece comidas cocinadas al fogón. “Mi especialidad es el cerdo ahumado”, comenta Sonia, mientras destroza a machetazos el cuello de un pollo que se convertirá en el plato fuerte de un rico casado a la leña. El huésped puede disfrutar del arte de la cocina tradicional indígena no solamente con el paladar sino también con la vista, ya que esta estancia se encuentra abierta al público.

 De ruta por los rincones

Tras admirar la autenticidad del lugar, nos dedicamos a conocer un entorno donde se combinan tradiciones con recursos naturales, siempre de manera sostenible. Desde el hotel se ofrecen tres alternativas diferentes para pasar la mañana.



La primera, y la más demandada por los turistas, es un paseo en canoa por el río Yorquin, hasta una cascada panameña. En media hora, el viajero podrá visitar un ecosistema virgen, con la única compañía de las garzas y algún mamífero como las nutrias.

Otra posibilidad que ofrece el establecimiento es un paseo a una finca orgánica donde el banano, el cacao y el plátano, entre otros, crecen bajo estrictas reglas ecológicas.

“Los indígenas fuimos los primeros conservacionistas de la historia y queremos que nuestras prácticas se difundan globalmente”, expresa Danilo.

El que prefiera adentrarse en el bosque tropical, lo puede realizar de la mano de un guía que, combinando el bribri con el español, explica con qué materiales está construido el rancho. Esta es una buena oportunidad para aprender esta lengua oral que, dados los tiempos que corren, “en 20 años puede desaparecer”, lamenta el guía.

Los interesados no encontrarán en la web la información sobre el rancho. “Yo soy naturista, no me gustan las computadoras”, se justifica Danilo que recomienda al visitante que “pregunte por m í en el Registro Civil de Bribri, donde trabajo, y yo les atenderé con gusto”.

La llave para el desarrollo.

Ditsowo u es mucho más que un lugar agradable para el turista. Este negocio se ha convertido en la llave para el desarrollo de Bambú. “De este rancho vivimos unas 15 familias de forma directa y 20 de modo indirecto Con esto queremos atacar el problema social”, confiesa Danilo, quien ve el turismo como “una alternativa a la difícil situación del indígena, dependiente de una agricultura en crisis”. 

Para ello nació en el año 2000 la Cámara de Turismo, una asociación local formada por 80 talamanqueños y a la que pertenece Danilo. “La cámara nace para crear una industria y un mercado netamente indígena que pueda sobresalir de aquí a Occidente”, explica. Y, para ello, nada mejor que utilizar los recursos naturales y las tradiciones culturales que les rodean, “siempre con ánimo de conservación”.

“Más vale una lapa viva que el plumaje en un penacho. Si matamos a la lapa para quitarle el penacho nadie vendrá a visitar a la lapa”, razona Romel Vargas, otro de los asociados.

“No queremos un turismo industrializado, queremos un turismo apegado a nuestra identidad”, asegura.
Al mismo tiempo, su modelo de desarrollo no es bien visto por toda la comunidad. “Hay unos grupos que luchan por mantener al indígena en el esquema de ‘los pobrecitos’”, denuncia Danilo.

“No creemos en la filosofía paternalista, ni queremos recibir donaciones. Las dádivas nos hacen dependientes”, añade Romel. “Necesitamos las herramientas y el empujón, pero que ese empujón nos venga a satisfacer las necesidades que tenemos ahora y en el futuro”, concluye.

Cuando piensan en sus inicios y en los logros conseguidos, se muestran satisfechos. “Empezamos a organizar actividades familiares para reunir recursos. Ya son incontables los proyectos: turismo, industrialización de productos orgánicos, artesanía… creemos que vamos a salir adelante ”, relatan.

“Nuestros antepasados se fueron pensando en que el sol volviera a brillar otra vez para los indígenas. Está en nuestras manos conseguirlo”, sostiene Romel.

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